Os Santos Padres

 

Chamamos de “Padres da Igreja” (Patrística) aqueles grandes homens da Igreja, aproximadamente do século II ao século VII, que foram no oriente e no ocidente como que “Pais” da Igreja, no sentido de que foram eles que firmaram os conceitos da nossa fé, enfrentaram muitas heresias e, de certa forma foram responsáveis pelo que chamamos hoje de Tradição da Igreja; sem dúvida, são  a sua fonte mais rica. Certa vez disse o Cardeal Henri de Lubac:
“Todas as vezes que, no Ocidente tem florescido alguma renovação, tanto na ordem do pensamento como na ordem da vida – ambas estão sempre ligadas uma à outra – tal renovação tem surgido sob o signo dos Padres”.
Gostaria de apresentar aqui ao menos uma relação, ainda que incompleta, desses gigantes da fé e da Igreja, que souberam fixar para sempre o que Jesus nos deixou através dos Apóstolos.
Em seguida, vamos estudar um pouco daquilo que eles disseram e escreveram, a fim de que possamos melhor conhecer a Tradição.
Neste capítulo vamos apresentar um pouco daquilo que esses grandes Padres da Igreja escreveram; isto nos ajudará a compreender melhor o que é a Sagrada Tradição da Igreja. Veremos de onde vem a fonte de tudo aquilo que cremos e vivemos na Igreja.

São Clemente de Roma

(†102), Papa (88-97), foi o terceiro sucessor de São Pedro, nos tempos dos imperadores romanos Domiciano e Trajano (92 a 102). No depoimento de Santo Ireneu “ele viu os Apóstolos e com eles conversou, tendo ouvido directamente a sua pregação e ensinamento”. (Contra as heresias)

Santo Inácio de Antioquia

(†110) - foi o terceiro bispo da importante comunidade de Antioquia, fundada por São Pedro. Conheceu pessoalmente São Paulo e São João. Sob o imperador Trajano, foi preso e conduzido a Roma onde morreu nos dentes dos leões no Coliseu. A caminho de Roma escreveu Cartas às igrejas de Éfeso, Magnésia, Trales, Filadélfia, Esmirna e ao bispo S. Policarpo de Esmirna. Na carta aos esmirnenses, aparece pela primeira vez a expressão “Igreja Católica”.

Aristides de Atenas

(† 130) - foi um dos primeiros apologistas cristãos; escreveu a sua Apologia ao imperador romano Adriano, falando da vida dos cristãos.

São Policarpo  (em castellano)

(†156) -  San Policarpo fue uno de los más famosos entre aquellos obispos de la Iglesia primitiva a quienes se les da el nombre de "Padres Apostólicos", por haber sido discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo fue discípulo de San Juan Evangelista, y los fieles le profesaban una gran veneración. Entre sus muchos discípulos y seguidores se encontraban San Ireneo y Papías. Cuando Florino, que había visitado con frecuencia a San Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías, San Ireneo le escribió: "Esto no era lo que enseñaban los obispos, nuestros predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Pues bien, puedo jurar ante Dios que si el santo obispo hubiese oído tus errores, se habría tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: ¡Dios mío!, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas? Y al punto habría huído del sitio en que se predicaba tal doctrina".
La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: '¿Qué, no me-conoces?" "Sí, -le respondió Policarpo-, se que eres el primogénito de Satanás". El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan, quien salió huyendo de los baños, al ver a Cerinto. Ellos comprendían el gran daño que hace la herejía.
San Policarpo besó las cadenas de San Ignacio, cuando éste pasó por Esmirna, camino del martirio, e Ignacio a su vez, le recomendó que velara por su lejana Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de Asia, a las que él no había podido escribir. San Policarpo escribió poco después a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho San Ireneo, San Jerónimo, Eusebio y otros. Dicha carta, que en tiempos de San Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, merece toda admiración por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo. Policarpo emprendió un viaje a Roma para aclarar ciertos puntos con el Papa San Aniceto, especialmente la cuestión de la fecha de la Pascua, porque las Iglesias de Asia diferían de las otras en este particular. Como Aniceto no pudiese convencer a Policarpo ni éste a aquél, convinieron en que ambos conservarían sus propias costumbres y permanecerían unidos por la caridad. Para mostrar su respeto por San Policarpo, Aniceto le pidió que celebrara la Eucaristía en su Iglesia. A esto se reduce todo lo que sabemos sobre San Policarpo, antes de su martirio.
El año sexto de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor heroico. Germánico, quien había sido llevado a Esmirna con otros once o doce cristianos se señaló entre todos, y animó a los pusilánimes a soportar el Martirio. En el anfiteatro, el procónsul le exhortó a no entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida tenía tantas cosas que ofrecerle, pero Germánico provocó a las fieras para que le arrebataran cuanto antes la vida perecedera. Pero también hubo cobardes: un frigio, llamado Quinto, consintió en hacer sacrificios a los dioses antes que morir.
La multitud no se saciaba de la sangre derramada y gritaba: "¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Muera Policarpo!" Los amigos del santo le habían persuadido que se escondiera, durante la persecución, en un pueblo vecino. Tres días antes de su martirio tuvo una visión en la que aparecía su almohada envuelta en llamas; esto fue para él una señal de que moriría quemado vivo como lo predijo a sus compañeros. Cuando los perseguidores fueron a buscarle, cambió de refugio, pero un esclavo, a quien habían amenazado si no le delataba, acabó por entregarle.
Los autores de la carta de la que tomamos estos datos, condenan justamente la presunción de los que se ofrecían espontáneamente al martirio y explican que el martirio de San Policarpo fue realmente evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que le arrestaran los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo.
Herodes, el jefe de la policía, mandó por la noche a un piquete de caballería a que rodeara la casa en que estaba escondido Policarpo; éste se hallaba en la cama, y rehusó escapar, diciendo: "Hágase la voluntad de Dios". Descendió, pues, hasta la puerta, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Habiéndosele concedido esta gracia, Policarpo oró de pie durante dos horas, por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a aprehenderle se arrepintieron de haberlo hecho. Montado en un asno fue conducido a la ciudad. En el camino se cruzó con Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes le hicieron venir a su carruaje y trataron de persuadirle de que no "exagerase" su cristianismo: "¿Qué mal hay -le decían- en decir Señor al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?" Hay que notar que la palabra "Señor" implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la divinidad del César. El obispo permaneció callado al principio; pero, como sus interlocutores le instaran a hablar, respondió firmemente: "Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis". Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna.
El santo se arrastró calladamente hasta el sitio en que se hallaba reunido el pueblo. A la llegada de Policarpo, muchos oyeron una voz que decía: "Sé fuerte, Policarpo, y muestra que eres hombre". El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: "¡Mueran los enemigos de los dioses!" El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: "¡Mueran los enemigos de Dios!" El procónsul repitió: "Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo". "Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano, dame tiempo y escúchame". El procónsul dijo: "Convence al pueblo". El mártir replicó: "Me estoy dirigiendo a ti, porque mi religión enseña a respetar a las autoridades si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta muchedumbre no es capaz de oír mi defensa". En efecto, la rabia que consumía a la multitud le impedía prestar oídos al santo.
El procónsul le amenazó: "Tengo fieras salvajes". "Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien". El precónsul replicó: "Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo". Policarpo le dijo: "Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras".
Durante estos discursos, el rostro del santo reflejaba tal gozo y confianza y actitud tenía tal gracia, que el mismo procónsul se sintió impresionado. Sin embargo, ordenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio: Policarpo se ha confesado cristiano". Al oír esto, la multitud exclamó: "¡Este es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!" Como la multitud pidiera al procónsul que condenara a Policarpo a los leones, aquél respondió que no podía hacerlo, porque los juegos habían sido ya clausurados. Entonces gentiles y judíos pidieron que Policarpo fuera quemado vivo.
En cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera prendida, Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, cosa que no había hecho antes porque los fieles se disputaban el privilegio de tocarle. Los verdugos querían atarle, pero él les dijo: "Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil". Los verdugos se contentaron pues, con atarle las manos a la espalda. Alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: "¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!"
No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida. "Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos preservados para dar testimonio de ello -escriben los autores de esta carta-: las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso perfumó el ambiente". Los verdugos, recibieron la orden de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó.
Nicetas aconsejó al procónsul que no entregara el cuerpo a los cristianos, no fuera que estos, abandonando al Crucificado, adorasen a Policarpo. Los judíos habían sugerido esto a Nicetas, "sin saber -dicen los autores de la carta- que nosotros no podemos abandonar a Jesucristo ni adorar a nadie porque a El le adoramos como Hijo de Dios, y a los mártires les arnamos simplemente como discípulos e imitadores suyos, por el amor que muestran a su Rey y Maestro". Viendo la discusión provocada por los judíos, el centurión redujo a cenizas el cuerpo del mártir. "Más tarde -explican los autores de la carta- recogimos nosotros los huesos, más preciosos que las más ricas joyas de oro, y los depositamos en un sitio dónde Dios nos concedió reunirnos, gozosarnente, para celebrar el nacimiento de este mártir". Esto escribieron los discípulos y testigos. Policarpo recibió el premio de sus trabajos, a las dos de la tarde del 23 de febrero de 155, o 166, u otro año.

Las obras y fuentes sobre San Policarpo:
Existe una muy vasta literatura, que no podemos citar aquí por entero, sobre San Policarpo y todo lo relacionado con él. Los principales puntos de discusión que pueden interesarnos son los siguientes:
La autenticidad de la carta que describe su martirio, escrita en nombre de la Iglesia de Esmirna;
La autenticidad de la carta de San Ignacio de Antioquía a San Policarpo;
La autenticidad de la carta de San Policarpo a los filipenses;
El valor de las informaciones que San Ireneo y otros autores primitivos nos dan sobre las relaciones de San Policarpo con el apóstol San Juan;
La fecha del martirio;
El valor de la Vida de Policarpo atribuida a Pionio. Por lo que toca a los cuatro primeros puntos, se puede decir que los especialistas sobre la Iglesia primitiva, se declaran casi unánimemente en favor de la tradición ortodoxa. Las conclusiones a las que llegaron tan laboriosamente, Lightfoot y Funk han sido finalmente aceptadas casi por unanimidad. Por consiguiente, dichos documentos pueden considerarse entre los más preciosos recuerdos que han llegado hasta nosotros sobre los primeros pasos en la vida de la Iglesia.
Esos documentos que se encuentran reunidos en la obra inapreciable de Lightfoot, The Apostolic Fathers, Ignatius and Polycarp, 3 vols., y en la edición abreviada en un solo volumen de J. R. Harmer. The Apostolic Fathers (1891). En cuanto a la fecha del martirio, los escritores primitivos, basándose en la Crónica de Eusebio, aceptaban sin discusión que San Policarpo había muerto el año 166; pero los críticos actuales sitúan el martirio en los años 155 o 156. Ver, sin embargo, J. Chapman, quien en la Revue Bénédictine, vol. xix, pp. 145 ss., expone los motivos por los que prefiere el año 166; H. Grégoire, en Analecta Bollandiana, Vol. LXIX (1951), pp. 1-38, arguye largamente en favor del año 177. Por lo que se refiere al sexto punto, es decir la biografía de Pionio, según la cual Policarpo había sido un esclavo rescatado por una piadosa dama, los críticos están actualmente de acuerdo en afirmar que se trata de una obra de imaginación, escrita tal vez en el último decenio del siglo IV. P. Corssen y E. Schwartz han intentado demostrar que la Vida de Policarpo es una obra auténtica del mártir San Pionio, quien murió en los años 180 o 250; pero Delchaye refutó ampliamente esta teoría en Les passions des martyrs et les genres littéraires (1921), pp. 11-59.
Hay un excelente artículo sobre San Policarpo, escrito por H. T. Andrews, en la Encyclopaedia Britannica', undécima edición. Kirsopp Lake, en Loeb Classical Library, The Apostolic Fathers, vol. ir, presenta el texto y la traducción del martirio; en la serie Ancient Christian Writers se encuentra sólo la traducción (vol. vi). Sobre la fecha del martirio, ver H. 1. Marrou, en Analecta Bollandiana, Vol. LXXI (1953), pp. 5-20.

Hermas (em Castellano)

(†160) - El «Pastor de Hermas» es un libro que fue muy apreciado en la primitiva Iglesia, hasta el punto de que algunos Padres llegaron a considerarlo como canónico, esto es, perteneciente al conjunto de la Sagrada Escritura. Sin embargo, gracias al Fragmento Muratoriano (un pergamino del año 180 que recoge la lista de los libros inspirados, descubierto y publicado en el siglo xv), sabemos que fue compuesto por un tal Hermas, hermano del Papa Pío I, en la ciudad de Roma; por tanto, entre los años 141 a 155. Otros catálogos eclesiásticos posteriores confirman esta noticia. Es el escrito más largo de la época post-apostólica.
El libro refleja el estado de la cristiandad romana a mediados del siglo II. Tras una larga pausa de tranquilidad sin sufrir persecución, parece que no era tan universal el buen espíritu de los primeros tiempos. Junto a cristianos fervorosos, había muchos tibios; junto a los santos, no faltaban los pecadores, y esto en todos los niveles de la Iglesia, desde los simples fieles a los ministros sagrados. No es de extrañar, pues, que el libro gire en torno a la necesidad de la penitencia.
Se trata de un escrito perteneciente al género apocalíptico: el autor presenta sus ideas como si le hubiesen sido reveladas (apocalipsis = revelación, en griego) por dos personajes misteriosos: una anciana y un pastor. Precisamente de este último personaje toma nombre todo el libro.
En la primera parte, el autor ilustra la doctrina de la penitencia por medio de una serie de Visiones o revelaciones. Se le aparece una anciana matrona que va despojándose poco a poco de la vejez para mostrarse al final como una novia engalanada, símbolo de los elegidos de Dios. Esa matrona, como ella misma explica, es la Iglesia: parece anciana porque es la criatura más antigua de la creación, y porque la afean los pecados de los cristianos; pero se renueva gracias a la penitencia, hasta aparecer sin fealdad alguna.
En la segunda parte, los Mandamientos, el ángel de la penitencia enseña a Hermas un resumen de la doctrina moral. En la tercera, llamada Comparaciones o semejanzas, se resuelven algunas cuestiones que inquietaban a los cristianos de aquella época.
En las siguientes lineas se recogen dos textos de esta obra. En el primero, correspondiente a la tercera visión, la anciana explica a Hermas el significado de una torre que se construye con piedras, de las que algunas son desechadas. Es una bella imagen para señalar la construcción de la Iglesia, en la que los cristianos — como decía San Pedro — son piedras vivas edificadas sobre el fundamento que es Cristo. Y para ser piedra viva, tiene una importancia fundamental la penitencia por los pecados.

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El llamado Pastor, de Hermas, es un escrito complejo y extraño, compuesto en el género apocalíptico y visionario, probablemente hacia la primera mitad del siglo ll, aunque pudiera haber en él elementos de diversas épocas. Consta de una serie de visiones, comparaciones o alegorias, algunas de ellas de sentido bastante confuso, que se refieren a diversos aspectos de la vida cristiana.
Según se desprende del escrito, Hermas, su autor, era un cristiano sencillo y rudo, pero lleno de preocupaciones religiosas y con una particular conciencia de sus propias faltas morales de diversa índole. Pesa sobre él especialmente el remordimiento por no haber sabido mantener debidamente las relaciones familiares con su mujer y sus hijos, y por no haber sabido hacer buen uso de sus bienes de fortuna, que había perdido. Correspondiendo a esta conciencia de culpabilidad, sobresale en el escrito el tema de la penitencia y del perdón que, contra lo que se suponía en concepciones rigoristas, podía ser obtenido al menos una vez después del bautismo, si uno se arrepentía sinceramente. Hermas, simple laico, tiene conciencia de que esto se oponía a la enseñanza de ciertos doctores de la Iglesia que no admitían posibilidad de perdón al que hubiere pecado gravemente después del bautismo, y presenta sus ideas como un anuncio especial de un mensajero de Dios que se aparece en forma de pastor, y que es el que dio a este escrito su nombre.
Además del tema de la penitencia, es prominente en el Pastor, de Hermas, el tema de la Iglesia, la cual aparece bajo la alegoría de una torre en construcción, de la que pueden venir a formar parte diversas clases de piedras, que son diversos géneros de fieles. Algunas piedras son temporalmente rechazadas para la construcción, otras lo son definitivamente, representando los fieles que podrán o no a su tiempo hacer penitencia.
Otros muchos temas van apareciendo a lo largo del escrito: de particular interés pueden ser los que se refieren al peligro de las riquezas, a las relaciones entre ricos y pobres, o a la necesidad de saber distinguir los signos de la influencia del bueno o del mal espíritu en nosotros o en los demás. En este último aspecto Hermas encabeza la copiosa literatura cristiana acerca del "discernimiento de espíritus".
El Pastor, de Hermas, muestra cierta audacia imaginativa, pero tiene en general poca profundidad teológica y se mantiene más bien en una actitud meramente moralística. Sin embargo, es interesante como reflejo de los problemas religiosos y morales que podia tener entonces un cristiano ordinario.

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Piedras para construir la Iglesia
(Visión lll, nn. 2-7)
Dicho esto, [la anciana] hizo ademán de marcharse; mas yo me postré a sus pies y le supliqué por el Señor que me mostrara la visión que me había prometido. Y ella me tomó otra vez de la mano, me levantó y me hizo sentar en el banco a su izquierda. Tomó asiento también ella, a la derecha, y, levantando una vara brillante, me dijo:
- ¿Ves una cosa grande?
- Señora - le contesté -, no veo nada.
- ¡Cómo! - me replica -; ¿no ves delante de ti una torre que se está construyendo sobre las aguas con brillantes sillares?
En un cuadrilátero, en efecto, se estaba construyendo la torre, por mano de aquellos seis jóvenes que habían venido con ella; y, juntamente, otros hombres por millares y millares, se ocupaban en acarrear piedras - unas de lo profundo del mar, otras de la tierra - y se las entregaban a los seis jóvenes. Estos las tomaban y edificaban.
Las piedras sacadas de lo profundo del mar las colocaban todas sin más en la construcción, pues estaban ya labradas y se ajustaban en su juntura con las demás piedras; tan cabalmente se ajustaban unas con otras, que no aparecía juntura alguna y la torre semejaba construida como de un solo bloque.
De las piedras traídas de la tierra, unas las tiraban, otras las colocaban en la construcción, otras las hacían añicos y las arrojaban lejos de la torre. Había, además, gran cantidad de piedras tiradas en torno de la torre, que no empleaban en la construcción, pues de ellas unas estaban carcomidas, otras con rajas, otras desportilladas, otras eran blancas y redondas y no se ajustaban a la construcción. Veía también otras piedras arrojadas lejos de la torre, que venían a parar al camino, pero que no se detenían en él, sino que seguían rodando del camino a un paraje intransitable; otras caían al fuego y allí se abrasaban; otras venían a parar cerca de las aguas, pero no tenían fuerza para rodar al agua por más que deseaban rodar y llegar hasta ella.
Una vez que me mostró todas estas cosas, quería retirarse. Le digo: - Señora, ¿de qué me sirve haber visto todo eso, si no sé lo que significa cada cosa?
Me respondió diciendo: - Astuto eres, hombre, queriendo conocer lo que se refiere a la torre.
- Sí, señora - le respondo -; quiero conocerlo para anunciarlo a los hermanos y que así se pongan más alegres. Y, una vez que hayan conocido estas cosas, reconozcan al Señor en mucha gloria.
Y ella me dijo:
- Oírlas, las oirán muchos; pero, después de oídas, unos se alegrarán y otros llorarán. Sin embargo, aun éstos, si oyeren y se arrepintieren, se alegrarán también. Escucha, pues, las comparaciones acerca de la torre, pues voy a revelártelo todo. Y ya no me molestes más pidiéndome revelación, pues estas revelaciones tienen un término, puesto que están ya cumplidas. Sin embargo, tú no cesarás de pedir revelaciones, pues eres importuno.
Ahora bien, la torre que ves que se está edificando, soy yo misma, la Iglesia, la que se te apareció tanto ahora como antes. Así, pues, pregunta cuanto gustes acerca de la torre, que yo te lo revelaré, a fin de que te alegres junto con los santos (...).
Le pregunté entonces:
- ¿Por qué la torre está edificada sobre las aguas, señora?
- Ya te dije antes - me replicó - que eres muy astuto y que inquieres con cuidado; inquiriendo, pues, hallas la verdad. Ahora bien, escucha por qué la torre está edificada sobre las aguas. La razón es porque vuestra vida se salvó por el agua y por el agua se salvará; mas el fundamento sobre el que se asienta la torre es la palabra del Nombre omnipotente y glorioso y se sostiene por la virtud invisible del Dueño.
Tomando la palabra, le dije: - Señora, esto es cosa grande y maravillosa. Y los seis jóvenes que están construyendo, ¿quiénes son, señora?
- Éstos son aquellos santos ángeles de Dios que fueron creados los primeros, y a quienes el Señor entregó su creación para acrecentar y edificar y dominar sobre la creación entera. Así pues, por obra de éstos se consumará la construcción de la torre.
- Y los otros que llevan las piedras, ¿quiénes son?
- También éstos son ángeles santos de Dios; pero aquellos seis los superan en excelencia. Por obra de unos y otros se consumará, pues, la construcción de la torre, y entonces todos se regocijarán en torno de ella, y glorificarán a Dios porque se terminó su construcción.
Hícele otra pregunta: - Señora, quisiera saber el paradero de las piedras y qué significación tiene cada una de ellas.
Me respondió diciendo: - No es que seas tú más digno que nadie de que se te revele, porque otros hay primero y mejores que tú a quienes debieran revelárseles estas visiones. Mas, para que sea glorificado el nombre de Dios, se te han revelado a ti, y se te seguirán revelando, por causa de los vacilantes, de los que oscilan en sus discursos consigo mismos sobre si estas cosas son o no son. Diles que todas estas cosas son verdaderas y nada hay en ellas que esté fuera de la verdad, sino que todo es firme y seguro y bien asentado.
Escucha ahora acerca de las piedras que entran en la construcción. Las piedras cuadradas y blancas, que ajustaban perfectamente en sus junturas, representan los apóstoles, obispos, maestros y diáconos que caminan según la santidad de Dios, los que desempeñaron sus ministerios de obispos, maestros y diáconos pura y santamente en servicio de los elegidos de Dios. De ellos, unos han muerto, otros viven todavía. Éstos son los que estuvieron siempre en armonía unos con otros, conservaron la paz entre sí y se escucharon mutuamente. De ahí que en la construcción de la torre encajaban ajustadamente sus junturas.
- Y las piedras sacadas de lo hondo del mar y sobrepuestas a la construcción, que encajaban en sus junturas con las otras piedras ya edificadas, ¿quiénes son?
- Éstos son los que sufrieron por el nombre del Señor.
- Quiero saber, señora, quiénes son las otras piedras, traídas de la tierra.
Respondióme:
- Los que entraban en la construcción sin necesidad de labrarlos son los que aprobó el Señor, porque caminaron en la rectitud del Señor y cumplieron sus mandamientos.
- Y las que eran traídas y puestas en la construcción, ¿quiénes son?
- Éstas son los neófitos, nuevos en la fe, pero creyentes; son amonestados por los ángeles a obrar el bien, pues se halló en ellos alguna maldad.
- Y los que rechazaban y tiraban, ¿quiénes son?
- Éstos son los que han pecado, pero están dispuestos a hacer penitencia; por esta causa, no se los arrojaba lejos de la torre, pues cuando hicieren penitencia serán útiles para la construcción. Los que tienen intención de hacer penitencia, si de verdad la hacen, serán fortalecidos en la fe; a condición, sin embargo, de que hagan penitencia ahora, mientras se está construyendo la torre. Mas si la edificación llega a su término, ya no tienen lugar a penitencia. Sólo se les concederá estar puestos junto a la torre.
¿Quieres conocer las piedras que eran hechas trizas y se las arrojaba lejos de la torre? Éstos son los hijos de la iniquidad; se hicieron creyentes hipócritamente y ninguna maldad se apartó de ellos. De ahí que no tienen salvación, pues por sus maldades no son buenos para la construcción. Por eso se les hizo pedazos y se los arrojó lejos. La ira del Señor pesa sobre ellos, pues le han exasperado.
Respecto a las otras, que viste tiradas en gran número por el suelo y que no entraban en la construcción, las piedras carcomidas representan a los que han conocido la verdad, pero no perseveraron en ella ni se adhirieron a los santos. Por eso son inútiles.
- ¿Y a quiénes representan las piedras con rajas?
- Éstos son los que guardan unos contra otros algún resentimiento en sus corazones y no mantienen la paz mutua. Cuando se hallan cara a cara, parecen tener paz; mas apenas se separan, sus malicias siguen tan enteras en sus corazones. Éstas son, pues, las hendiduras que tienen las piedras.
Las piedras desportilladas representan a los que han creído y mantienen la mayor parte de sus actos dentro de la justicia, pero tienen también sus porciones de iniquidad. De ahí que están desportillados y no enteros.
- Y las piedras blancas y redondas y que no ajustaban en la construcción, ¿quiénes son, señora?
Me respondió diciendo:
- ¿Hasta cuándo serás necio y torpe, que todo lo preguntas y nada entiendes por ti mismo? Éstos son los que tienen, sí, fe; pero juntamente poseen riqueza de este siglo. Cuando sobreviene una tribulación, por amor de su riqueza y negocios, no tienen inconveniente en renegar de su Señor.
Le respondí, por mi parte:
- Señora, ¿cuándo serán, pues, útiles para la construcción?
- Cuando - me dijo - se recorte de ellos la riqueza que ahora los arrastra, entonces serán útiles para Dios. Porque, al modo que la piedra redonda, si no se la labra y recorta algo de ella, no puede volverse cuadrada; así los que gozan de riquezas en este siglo, si no se les recorta la riqueza, no pueden volverse útiles a Dios. Por ti mismo, ante todo, puedes darte cuenta: cuando eras rico, eras inútil; ahora, en cambio, eres útil y provechoso para la vida. Haceos útiles para Dios, pues tú mismo eres empleado como una de estas piedras.
En cuanto a las otras piedras que viste arrojar lejos y caer en el camino y que rodaban del camino a parajes intransitables, éstas representan a los que han creído; pero luego, arrastrados de sus dudas, abandonan su camino, que es el verdadero. Imaginándose, pues, que son ellos capaces de hallar camino mejor, se extravían y lo pasan míseramente andando por soledades sin senderos.
Las que caían en el fuego y allí se abrasaban representan a los que de todo punto apostataron del Dios vivo y todavía no ha subido a su corazón el pensamiento de hacer penitencia, por impedírselo los deseos de su disolución y las perversas obras que ejercitaron.
¿Quieres saber quiénes son las otras piedras que venían a parar cerca de las aguas y que no podían rodar hasta ellas? Estos son los que, después de oír la palabra de Dios, quisieran bautizarse en el nombre del Señor; pero luego, al caer en la cuenta de la castidad que exige la verdad, cambian de parecer y se echan otra vez tras sus perversos deseos.
Terminó, pues, la explicación de la torre. Importunándola yo todavía, le pregunté si a todas aquellas piedras rechazadas y que no encajaban en la construcción de la torre, se les daría ocasión o posibilidad de penitencia y tendrían aún lugar en esta torre.
- Posibilidad de penitencia - me contestó - sí que la tienen; pero ya no pueden encajar en esta torre. Sin embargo, se ajustarán a otro lugar mucho menos elevado, y eso cuando hayan pasado por los tormentos de la penitencia y hayan cumplido los días de expiación de sus pecados. La razón de que sean trasladados es porque, al fin y al cabo, participaron de la palabra justa. E incluso para ser trasladados de sus tormentos, es preciso que antes suban a su corazón, por la penitencia, las obras malas que ejecutaron; si no suben, no se salvarán, en castigo de su dureza de corazón.

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Los Dos Ángeles

(Mandamiento - Vl, n. 2)
- Escucha ahora - me dijo - acerca de la fe. Dos ángeles hay en cada hombre: uno de la justicia y otra de la maldad.
- ¿Cómo, pues, señor - le dije - , conoceré las operaciones de uno y otro, puesto que ambos habitan conmigo?
- Escucha - me dijo - y entiende. El ángel de la justicia es delicado, y pudoroso, y manso, y tranquilo. Así, pues, cuando subiere a tu corazón este ángel, al punto se pondrá a hablar contigo sobre la justicia, la castidad, la santidad, sobre la mortificación y sobre toda obra justa y sobre toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas subieren a tu corazón, entiende que el ángel de la justicia está contigo. He ahí, pues, las obras del ángel de la justicia. Cree, por tanto, a éste y a sus obras.
Mira también las obras del ángel de la maldad. Ante todo, ese ángel es impaciente, amargo e insensato, y sus obras malas derriban a los siervos de Dios. Así pues, cuando éste subiere a tu corazón, conócele por sus obras.
- Señor - le dije - , yo no sé cómo tengo que conocerle.
- Escucha - me dijo -. Cuando te sobrevenga un arrebato de ira o un sentimiento de amargura, entiende que él está contigo; y lo mismo hay que decir de un deseo de derramarte en muchas acciones, de la preciosidad y abundancia de comidas y bebidas, y embriagueces muchas, y deleites variados y no convenientes, del deseo, y también de mujeres, avaricia, mucho boato de soberbia y altanería y, en fin, de todo cuanto a estas cosas se acerca y asemeja. Siempre, pues, que cualquiera de estas cosas subiere a tu corazón, entiende que el ángel de la maldad está contigo. Tú, pues, ya que conoces sus obras, apártate de él y no le creas en nada, pues sus obras son malas e inconvenientes para los siervos de Dios.
Ahí tienes las operaciones de uno y otro ángel; entiéndelas y cree sólo al ángel de la justicia. Apártate, en cambio, del ángel de la maldad, pues su doctrina es totalmente perversa. En efecto, imaginemos a un hombre todo lo fiel que queramos. Si el deseo de este ángel subiere a su corazón, por fuerza ese hombre (o mujer) cometerá algún pecado. Y al revés, por muy malvado que sea un hombre o una mujer, si a su corazón suben las obras del ángel de la justicia, de necesidad aquel hombre o mujer practicarán algún bien. Ya ves que es bueno seguir al ángel de la justicia y renunciar al ángel de la iniquidad.

* * * * *

I.       El Mensaje de Penitencia

Habiendo yo ayunado y orado insistentemente al Señor, me fue revelado el sentido de la escritura. Lo escrito era lo siguiente: Tus hijos, Hermas, se enfrentaron contra Dios, blasfemaron contra el Señor y traicionaron a sus padres con gran perversidad, y tuvieron que oírse llamar traidores de sus padres. Y aun cometida esta traición, no se enmendaron, sino que añadieron a sus pecados sus insolencias y sus perversas contaminaciones, con lo que llegaron a su colmo sus iniquidades. Sin embargo, haz saber a todos tus hijos y a tu esposa, que ha de ser hermana tuya, estas palabras. Pues tu esposa no se modera en su lengua, con la que obra el mal. Pero si oye estas palabras, se contendrá y obtendrá misericordia.
Después que les hubieres dado a conocer estas palabras que me encargó el Señor que te revelara, se les perdonarán a ellos todos los pecados que hubieren anteriormente cometido, así como también a todos los santos que hubieren pecado hasta este día, con tal de que se arrepientan de todo corazón y alejen de sus corazones toda vacilación. Porque el Señor hizo este juramento por su gloria con respecto a sus elegidos: si después de fijado este día todavía cometen pecado, no tendrán salvación, ya que la penitencia para los justos tiene un limite. Los dias de penitencia están cumplidos para todos los santos, mientras que para los gentiles hay penitencia hasta el último día. Así pues, dirás a los jefes de la Iglesia que enderecen sus caminos según justicia, para que puedan recibir el fruto pleno de la promesa con gran gloria. Por tanto, los que obráis la justicia manteneos firmes y no vaciléis, para que se os conceda la entrada a los ángeles santos. Bienaventurados vosotros, los que soportáis la gran tribulación que está por venir, así como los que no han de negar su propia vida. Porque el Señor ha jurado por su propio Hijo que los que nieguen al Señor serán privados de su propia vida, es decir, los que lo negaren a partir de ahora en los días venideros. Pero los que hubieren negado antes obtendrán perdón por su gran misericordia.
En cuanto a ti, Hermas, no guardes ya más rencor contra tus hijos, ni abandones a tu hermana, para que tengan lugar a purificarse de sus pecados pasados. Porque si tú no les guardas rencor, serán educados con justa educación. El rencor produce la muerte. Tú, Hermas, sufriste grandes tribulaciones en tu persona a causa de las transgresiones de los de tu casa, pues no cuidaste de ellos, porque tenías otras preocupaciones y te enredabas en negocios malvados.
Pero te salva el hecho de no haber apostatado del Dios vivo, así como tu sencillez y tu mucha continencia. Esto es lo que te ha salvado - con tal que perseveres - y lo que salvará a cuantos hagan lo mismo y vivan en inocencia y simplicidad. Estos triunfarán de toda maldad y perseverarán para la vida eterna. Bienaven turados todos los que obran la justicia, porque no se perderán para siempre...
¿No te parece - me dijo el pastor - que el mismo arrepentirse es una especie de sabiduría? Si - dijo - , el arrepentirse es una sabiduría grande, porque el pecador se da cuenta de que hizo el mal delante del Señor, y penetra en su corazón el sentimiento de la obra que hizo, con lo que se arrepiente y ya no vuelve a obrar el mal, sino que se pone a practicar toda suerte de bien, y humilla y atormenta su alma, por haber pecado. Ya ves, pues, cómo el arrepentimiento es una gran sabiduría...
Señor - le dije - he oído de algunos maestros que no se da otra penitencia fuera de aquella por la que bajamos al agua (del bautismo) y alcanzamos el perdón de nuestros pecados anteriores.
El me dijo: Has oído bien, pues así es: porque el que ha recibido el perdón de sus pecados ya no debiera pecar, sino que debiera vivir puro. Pero ya que quieres enterarte de todo con exactitud, te explicaré también otro aspecto, sin que con ello quiera dar pretexto de pecar a los que en lo futuro han de creer o a los que poco ha creyeron en el Señor. Porque los que poco ha creyeron, o han de creer en lo futuro no tienen lugar a penitencia de sus pecados, fuera de la remisión de sus pecados anteriores (en el bautismo). Pero para los que fueron llamados antes de estos días, el Señor tiene establecida una penitencia: porque el Señor es conocedor de los corazones, y lo sabe todo de antemano, y conoció la debilidad de los hombres y la mucha astucia del diablo con la que había de hacer daño a los siervos de Dios y ensañarse con ellos. Ahora bien, siendo grandes las entrañas de misericordia del Señor, se apiadó de su creatura, y dispuso esta penitencia haciéndome a mí el encargado de la misma. Sin embargo, he de decirte esto: si después de aquel llamamiento grande y santo, alguno, tentado por el diablo, cometiere pecado, sólo tiene lugar a una penitencia. Pero si continuamente peca y se vuelve a arrepentir, de nada le aprovecha al tal hombre, pues difícilmente alcanzará la vida.
Yo le repliqué: El oir esta explicación tan exacta sobre estas cosas me ha devuelto la vida, pues ahora sé que si no vuelvo a cometer más pecados me salvaré.
Te salvarás - me dijo -  tú y todos los que hicieron estas cosas.

* * * * *

II.      Riqueza y Pobreza

Así como la piedra redonda no puede convertirse en sillar si no es cortándola y quitando algo de ella, así también los ricos en este siglo no pueden hacerse útiles para el Señor si no se les recorta su riqueza. Por ti mismo puedes saberlo en primer lugar: cuando eras rico eras inútil, pero ahora eres útil y provechoso para la vida...
El rico tiene realmente mucho dinero, pero con respecto al Señor es pobre, arrastrado como anda tras su riqueza. Muy pocas veces hace su acción de gracias y su oración ante el Señor, y aun cuando lo hace es con brevedad, sin intensidad y sin fuerza para penetrar hasta lo alto. Pero cuando el rico se entrelaza con el pobre y le proporciona lo necesario creyendo que podrá encontrar en Dios la recompensa de lo que hubiere hecho por el pobre — ya que el pobre es rico en la oración y en la acción de gracias, y sus peticiones tienen gran fuerza delante de Dios — entonces el rico atiende al pobre en todas las cosas sin reservas. Por su parte, el pobre, atendido por el rico, ruega por él y da gracias a Dios por aquel de quien recibe beneficios. Y entonces el rico todavía toma mayor interés por el pobre, para no hallarse falto de nada en su vida, pues sabe que la oración del pobre es rica y aceptable delante de Dios. De esta suerte, uno y otro llevan a cabo su obra en común: el pobre coopera con su oración, en la que es rico, habiéndola recibido del Señor y devolviéndola al mismo Señor que se la había dado. A su vez, el rico pone a disposición del pobre sin reservas la riqueza que recibió del Señor. Es ésta una gran obra agradable a Dios, con la que muestra que entiende el sentido de sus riquezas poniendo a disposición del pobre los dones del Señor y cumpliendo rectamente el servicio que el Señor le encomendara... De esta forma, los pobres, rogando al Señor por los ricos dan pleno sentido a la riqueza de éstos, y a su vez, los ricos, socorriendo a los pobres alcanzan la plenitud de lo que falta a sus almas. Con ello se hacen unos y otros colaboradores en la obra de justicia. Por tanto, el que así obrare no será abandonado de Dios, sino que quedará escrito en el libro de los vivos. Bienaventurados los que tienen y entienden que sus riquezas las tienen del Señor: porque el que entiende esto podrá cumplir el servicio debido...

* * * * *

III.    Discernimiento de Espíritos

Dos ángeles acompañan al hombre, uno de justicia y otro de maldad... El ángel de justicia es delicado y recatado y manso y tranquilo. Así pues, cuando este ángel penetre en tu corazón, te hablará inmediatamente de justicia, de pureza, de santidad, de contentarte con lo que tienes, de toda obra justa y de toda virtud reconocida. Cuando sientas que tu corazón está penetrado de todas estas cosas, entiende que el ángel de la justicia está contigo, porque ésas son las obras del ángel de la justicia. A él pues has de creerle, y a sus obras.
Considera por otra parte las obras del ángel de la maldad: en primer lugar, es impaciente, amargado e insensato: sus obras son malas y capaces de abatir a los siervos de Dios. Cuando este ángel penetre en tu corazón, has de saber conocerle por sus obras... Cuando te sobrevenga alguna impaciencia o amargura, entiende que él está dentro de ti: igualmente cuando tengas ansia de hacer muchas cosas, o de muchos y exquisitos manjares, de muchas y variadas bebidas, de embriagueces muelles e inconvenientes; igualmente cuando tienes deseo de mujeres, o de posesiones o de gran soberbia y altanería y de otras cosas por el estilo: cuando estas cosas penetren en tu corazón, sábete que el ángel de la maldad está dentro de ti. Así pues, tú, conociendo sus obras, apártate de él y no le creas para nada, pues sus obras son malvadas y no traen provecho alguno a los siervos de Dios...
¿Cómo se conocerá a un hambre, si es verdadero o falso profeta?... Al hombre que tiene el Espíritu divino has de examinarle por su vida. En primer lugar, el que tiene el Espíritu divino de lo alto, es manso, tranquilo y humilde; se aparta de toda maldad, así como de los vanos deseos de este siglo, y se hace a sí mismo el más pobre de todos los hombres; no empieza a dar respuestas a nadie solo porque se le pregunte, ni habla en secreto, que no habla el Espíritu Santo cuando el hombre quiere, sino que habla cuando Dios quiere que hable. Así pues, cuando un hombre que tiene el espíritu divino llega a una reunión de hombres justos que tienen fe en el espíritu divino, y en aquella reunión se hace oración a Dios, entonces el ángel del espíritu profético que está en él llena a aquel hombre, y lleno así con el Espíritu Santo habla a la muchedumbre como lo quiere el Señor...
Escucha ahora lo que se refiere al espíritu terreno y vacuo, que no tiene virtud alguna, sino que es necio. En primer lugar, el hombre que aparentemente tiene el Espíritu, se exalta a sí mismo, y quiere ocupar la silla presidencial; e inmediatamente se muestra como ligero, desvergonzado y charlatán; vive entre muchos placeres y con muchos otros engaños; se hace pagar sus profecías, y si no se le paga no profetiza. ¿Es que el Espíritu divino puede cobrar para profetizar? No puede hacer esto un profeta de Dios, sino que el espíritu de tales profetas es de la tierra. Además, el falso profeta no se acerca para nada a la reunión de los justos, sino que huye de ellos; en cambio se pega a los vacilantes y vacuos, echándoles sus profecías por los rincones, y los embauca hablándoles conforme a sus deseos, aunque son vacuos, pues responde a hombres vacuos. Cuando una vasija vacía choca con otras igualmente vacías, no se rompe, sino que resuenan todas con un mismo sonido. Cuando el falso profeta llega a una reunión llena de hombres justos que poseen el espíritu de la divinidad y hacen oración, se queda vacío, y su espíritu terreno huye de él amedrentado, y el hombre queda mudo y totalmente destrozado, sin poder hablar palabra.
Los que nunca han escudriñado la verdad ni han inquirido acerca de la divinidad, sino que se han contentado con creer, agitados con sus negocios, sus riquezas. sus amistades paganas y muchas otras ocupaciones de este siglo, todos los que andan enfrascados en estas cosas. no entienden las parábolas acerca de la divinidad. Es que con todos estos negocios están entenebrecidos, corrompidos y secos. Así como las viñas hermosas, si no se cuidan se secan a causa de las espinas y de toda suerte de yerbas, así también los hombres que después de recibir la fe se entregan a la multiplicidad de acciones dichas, se extravian en sus inteligencias y ya no entienden absolutamente nada acerca de la divinidad. Porque, en efecto, cuando oyen algo acerca de la divinidad su mente se encuentra en sus negocios, y así no comprenden absolutamente nada. Pero los que tienen el temor de Dios, e investigan acerca de la divinidad y de la verdad, y tienen su corazón vuelto hacia el Señor, entienden y comprenden en seguida cuanto se les dice, pues tienen dentro de sí el temor de Dios. Porque donde habita el Señor, allí hay gran inteligencia. Adhiérete, pues, al Señor, y lo comprenderás y entenderás todo.
Arranca de ti la tristeza, y no aflijas al Espíritu Santo que habita en ti, no sea que hagas tu oración a Dios en contra tuya y él se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esa carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al no orar ni dar gracias a Dios, ya que siempre la oración del hombre triste no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios... La tristeza se ha asentado en su corazón, y al mezclarse la tristeza con la oración, no deja a ésta que suba pura hasta el altar de Dios... Purifícate de esta malvada tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría.

Didaquè

(ou Doutrina dos Doze Apóstolos)

É como um antigo catecismo, redigido entre os anos 90 e 100, na Síria, na Palestina ou em Antioquia. Traz no título o nome dos doze Apóstolos. Os Padres da Igreja mencionaram-na muitas vezes. Em 1883 foi encontrado um seu manuscrito grego.

São Justino

(†165), mártir - nasceu em Naplusa, antiga Siquém, em Israel; achou nos Evangelhos “a única filosofia proveitosa”, filósofo, fundou uma escola em Roma. Dedicou a sua Apologias ao Imperador romano Antonino Pio, no ano 150, defendendo os cristãos; foi martirizado em Roma.

Santo Hipólito de Roma

(160-235) - Discípulo de santo Irineu (140-202), foi célebre na Igreja de Roma, onde Orígenes o ouviu pregar. Morreu mártir. Escreveu contra os hereges, compôs textos litúrgicos, escreveu a Tradição Apostólica onde retrata os costumes da Igreja no século III: ordenações, catecumenato, baptismo e confirmação, jejuns, ágapes, eucaristia, ofícios e horas de oração, sepultamento,  etc.

Melitão de Sardes

(†177) - foi bispo de Sardes, na Lídia, um dos grandes luminares da Ásia Menor. Escreveu a Apologia, dirigida ao imperador Marco Aurélio.

Atenágoras

(†180) - era filósofo em Atenas, Grécia, autor da Súplica pelos Cristãos, apologia oferecida em tom respeitoso ao imperador Marco Aurélio e seu filho Cómodo; escreveu também o tratado sobre A Ressurreição dos mortos, foi grande apologista.

São Teófilo de Antioquia

(†após 181) - nasceu na Mesopotâmia, converteu-se ao cristianismo já adulto, tornou-se bispo de Antioquia. Apologista, compôs três livros, a Autólico.

Santo Ireneu

(†202) - nasceu na Ásia Menor, foi discípulo de são Policarpo (discípulo de são João), foi bispo de Lião, na Gália (hoje França). Combateu eficazmente o gnosticismo em sua obra Adversus Haereses (Refutação da Falsa Gnose) e a Demonstração da Preparação  Apostólica. Segundo São Gregório de Tours (†594), São Irineu morreu mártir. É considerado o “príncipe dos teólogos cristãos”. Salienta nos seus escritos a importância da Tradição oral da Igreja, o primado da Igreja de Roma (fundada por Pedro e Paulo).

São Clemente de Alexandria

(†215) - Seu nome é Tito Flávio Clemente, nasceu em Atenas por volta de 150. Viajou pela Itália, Síria, Palestina e fixou-se em Alexandria. Durante a perseguição de Setímio Severo (203), deixou o Egipto, indo para a Ásia Menor, onde morreu em 215. Seu grande trabalho foi tentar a aliança do pensamento grego com a fé cristã. Dizia: “Como a lei formou os hebreus, a filosofia formou os gregos para Cristo”.

Orígenes

(184-254) - Nasceu em Alexandria, Egipto; seu pai Leônidas morreu martirizado em 202. Também desejava o martírio; escreveu ao pai na prisão: “não vás mudar de ideia por causa de nós”. Em 203 foi colocado à frente da escola catequética de Alexandria pelo bispo Demétrio. Em 212 esteve em Roma, Grécia e Palestina. A mãe do imperador Alexandre Severo, Júlia Mammae, chamou-o a Antioquia para ouvir suas lições. Morreu em Cesaréia durante a perseguição do imperador Décio.

Tertuliano de Cartago

(†220), norte da África, culto, era advogado em Roma quando em 195 se converteu ao Cristianismo, passando a servir a Igreja de Cartago como catequista. Combateu as heresias do gnosticismo, mas se desentendeu com a Igreja Católica. É autor das frases: “Vede como se amam” e “ O sangue dos mártires era semente de novos cristãos”.

São Cipriano

(†258) - Cecílio Cipriano nasceu em Cartago, foi bispo e primaz da África Latina. Era casado. Foi perseguido no tempo do imperador Décio, em 250, morreu mártir em 258. Escreveu a bela obra Sobre a unidade da Igreja Católica. Na obra De Lapsis, sobre os que apostataram na perseguição, narra ao vivo o drama sofrido pelos cristãos, a força de uns, o fracasso de outros. Escreveu ainda a obra Sobre a Oração do Senhor, sobre o Pai Nosso.

Eusébio de Cesaréia

(260-339) - bispo, foi o primeiro historiador da Igreja. Nasceu na Palestina, em Cesaréia, discípulo aí de Orígenes. Escreveu a sua Crónica e a História Eclesiástica, além de A Preparação e a Demonstração Evangélicas. Foi perseguido por Dioclesiano, imperador romano.

Santo Atanásio

(295-373) - doutor da Igreja, nasceu em Alexandria, jovem ainda foi viver o monaquismo nos desertos do Egipto, onde conheceu o grande Santo Antão († 376), o “pai dos monges”. Tornou-se diácono da Igreja de Alexandria, e junto com o seu Bispo Alexandre, se destacou no Concílio de Nicéia (325) no combate ao arianismo. Tornou-se bispo de Alexandria em 357 e continuou a sua luta árdua contra o arianismo (Ário negava a divindade de Jesus), o que lhe valeu sete anos de exílio. São Gregório Nazianzeno disse dele: “O que foi a cabeleira para Sansão, foi Atanásio para a Igreja.”

Santo Hilário de Poitiers

(316-367) - doutor da Igreja, nasceu em Poitiers, na Gália (França); em 350 clero e povo o elegiam bispo, apesar de ser casado. Organizou a luta dos bispos gauleses contra o arianismo. Foi exilado pelo imperador Constâncio, na Ásia Menor, voltando para a Gália em 360, fazendo valer as decisões do Concílio de Nicéia. É chamado o “Atanásio do Ocidente”.Escreveu as obras Sobre a Fé, Sobre a Santíssima Trindade.

Santo Efrém

(†373), doutor da Igreja – é considerado o maior poeta sírio, chamado de “a cítara do Espírito Santo”. Nasceu em Nísibe, de pais cristãos, por volta de 306, deve ter participado do Concílio de Nicéia (325), segundo a tradição, com o seu bispo Tiago. Foi ordenado diácono em 338 e assim ficou até o fim da vida. Escreveu tratados contra os gnósticos, os arianos e contra o imperador Juliano, o apóstata. Escreveu belos hinos e louvores a Maria.

São Cirilo de Jerusalém

(†386), doutor da Igreja, Bispo de Jerusalém, guardião da fé professada pela Igreja no Concílio de Nicéia (325). Autor das Catequeses Mistagógicas, esteve no segundo Concílio Ecuménico, em Constantinopla, em 381.

São Dâmaso

 (304-384), Papa da Igreja, instruído, de origem espanhola, sucedeu o Papa Libério que o ordenou diácono; obteve do Imperador Graciano o reconhecimento jurisdicional do bispo de Roma. Mandou que S. Jerónimo fizesse uma revisão da versão latina da Bíblia, a Vulgata. Descobriu e ornamentou os túmulos dos mártires nas  catacumbas, para a visita dos peregrinos.

São Basílio Magno

 (329-379) - Bispo e doutor da Igreja, nasceu na Capadócia; seus irmãos Gregório de Nissa e Pedro, são santos. Foi íntimo amigo de S. Gregório Nazianzeno; fez-se monge. Em 370 tornou-se bispo de Cesareia na Palestina, e metropolita da província da Capadócia. Combateu o arianismo e o apolinarismo (Apolinário negava que Jesus tinha uma alma humana). Destacou-se no estudo a Santíssima Trindade (Três Pessoas e uma Essência).

São Gregório Nazianzeno

(329-390), doutor da Igreja – nasceu em Nazianzo, na Capadócia, era filho do bispo local, que o ordenou padre; foi um dos maiores oradores cristãos. Foi grande amigo de São Basílio, que o sagrou bispo. Lutou contra o arianismo. Sua doutrina sobre a Santíssima Trindade o fez ser chamado de “teólogo”, que o Concílio de Calcedónia confirmou em 481.

São Gregório de Nissa

(†394) – foi bispo de Nissa, e depois de Sebaste,  irmão de São Basílio e amigo de São Gregório Nazianzeno. Os três santos brilharam na Capadócia. Foi poeta e místico; teve grande influência no primeiro Concílio de Constantinopla (381) que definiu o dogma da SS. Trindade. Combateu o apolinarismo, macedonismo (Macedónio negava a divindade do Espírito Santo) e arianismo.

São João Crisóstomo

(354-407) (= boca de ouro), doutor da Igreja, é o mais conhecido dos Padres da Igreja grega. Nasceu em Antioquia. Tornou-se patriarca de Constantinopla, foi grande pregador. Foi exilado na Arménia por causa da defesa da fé sã. Foi proclamado pelo Papa São Pio X, padroeiro dos pregadores.

São Cirilo de Alexandria

(†444) – Bispo e doutor da Igreja, sobrinho do patriarca de Alexandria, Teófilo, o substituiu na Sé episcopal em 412. Combateu vivamente o Nestorianismo (Nestório negava que em Jesus havia uma só Pessoa e duas naturezas), com o apoio do papa Celestino. Participou do Concílio de Éfeso (431), que condenou as teses de Nestório. É considerado um dos maiores Padres da língua grega, e chamado o “Doutor mariano”.

São João Cassiano

(360-465) – recebeu formação religiosa em Belém e viveu no Egipto. Foi ordenado diácono por S. João Crisóstomo, em Constantinopla, e padre pelo papa Inocêncio, em Roma. Em 415 fundou dois mosteiros em Marselha, um para cada sexo. São Bento recomendou seus escritos.

São Paulino de Nola

(†431) – nasceu na Gália (França), exerceu importantes cargos civis até ser baptizado. Vendeu seus bens, distribuindo o dinheiro aos pobres, e com sua esposa Terásia passou a viver vida eremítica. Foi ordenado padre em 394, em 409 bispo de Nola.

São Pedro Crisólogo

(†450) (= palavra de ouro)  – bispo e doutor da Igreja – foi bispo de Ravena, Itália. Quando Êutiques, patriarca de Constantinopla pediu o seu apoio para a sua heresia (monofisismo - uma só natureza em Cristo), respondeu: “Não podemos discutir coisas da fé, sem o consentimento do Bispo de Roma”. Temos 170 de suas cartas e escritos sobre o Símbolo e o Pai – Nosso.

Santo Ambrósio

(†397), doutor da Igreja – nasceu em Tréveris, de nobre família romana. Com 31 anos governava em Milão as províncias de Emília e Ligúria. Ainda catecúmeno, foi eleito bispo de Milão, pelo povo, tendo, então recebido o baptismo, a ordem e o episcopado. Foi conselheiro de vários imperadores e baptizou Santo Agostinho, cujas pregações ouvia. Deixou obras admiráveis sobre a fé católica.

São Jerónimo

(347-420), “Doutor Bíblico” – nasceu na Dalmácia e educou-se em Roma; é o mais erudito dos Padres da Igreja latina; sabia o grego, latim e hebraico. Viveu alguns anos na Palestina como eremita. Em 379 foi ordenado sacerdote pelo bispo Paulino de Antioquia; foi ouvinte de São Gregório Nazianzeno e amigo de São Gregório de Nissa. De 382 a 385 foi secretário do Papa S. Dâmaso, por cuja ordem fez a revisão da versão latina da Bíblia (Vulgata), em Belém, por 34 anos. Pregava o ideal de santidade entre as mulheres da nobreza romana (Marcela, Paula e Eustochium) e combatia os maus costumes do clero. Na figura de São Jerónimo destacam-se a austeridade, o temperamento forte, o amor a Igreja [...].

Santo Epifânio

(†403) – Nasceu na Palestina, muito culto, foi superior de uma comunidade monástica em Eleuterópolis (Judeia) e depois, bispo de Salamina, na ilha de Chipre. Batalhou muito contra as heresias, especialmente o origenismo.

Santo Agostinho

(354-430) - Bispo e Doutor da Igreja - Nasceu em Tagaste, Tunísia,  filho de Patrício e S. Mónica. Grande teólogo, filósofo, moralista e apologista. Aprendeu a retórica em Cartago, onde ensinou gramática até os 29 anos de idade, partindo para Roma e Milão onde foi professor de Retórica na corte do Imperador. Ali se converteu ao cristianismo pelas orações e lágrimas, de sua mãe Mónica e pelas pregações de S. Ambrósio, bispo de Milão. Foi baptizado por esse bispo em 387. Voltou para a África em veste de penitência onde foi ordenado sacerdote e depois bispo de Hipona aos 42 anos de idade. Foi um dos homens mais importantes para a Igreja. Combateu com grande capacidade as heresias do seu tempo, principalmente o Maniqueísmo, o Donatismo e o Pelagianismo, que desprezava a graça de Deus. Santo Agostinho escreveu muitas obras e exerceu decisiva influência sobre o desenvolvimento cultural do mundo ocidental. É chamado de “Doutor da Graça”. São Leão Magno (400-461) - Papa  e  Doutor  da  Igreja - nasceu em Toscana, foi educado em Roma. Foi conselheiro sucessivamente dos papas Celestino I (422-432) e Sixto III (432-440) e foi muito respeitado como teólogo e diplomata. Participou de grandes problemas da Igreja do seu tempo e pôde travar contacto pessoal e por cartas com Santo Agostinho, São Cirilo de Alexandria e São João Cassiano, que o descrevia como “ornamento da Igreja e do divino ministério”. Deixou 96 Sermões e 173 Cartas que chegaram até nós. Participou activamente na elaboração dogmática sobre o grave problema tratado no Concílio de Calcedónia, a condenação da heresia chamada monofisismo. Leão foi o primeiro Papa que recebeu o título  de Magno (grande). Em sua actuação no plano político, a História registrou e imortalizou duas intervenções de São Leão, respectivamente junto a Átila, rei dos Hunos, em 452, e junto a Genserico, em 455, bárbaros que queriam destruir Roma.

São Vicente de Lérins

(†450) – Depois de muitos anos de vida mundana se refugiou no mosteiro de Lérins. Escreveu o seu Commonitorium, “para descobrir as fraudes e evitar as armadilhas dos hereges”.

São Bento de Núrcia

(480-547) – nasceu em Núrcia, na Úmbria, Itália; estudou Direito em Roma, quando se consagrou a Deus. Tornou-se superior de várias comunidades monásticas; tendo fundado no monte Cassino  a célebre Abadia local. A sua Regra dos Mosteiros tornou-se a principal regra de vida dos mosteiros do ocidente, elogiada pelo papa S. Gregório Magno, usada até hoje. O lema dos seus mosteiros era “ora et labora”. O Papa Pio XII o chamou de Pai da Europa e São Paulo VI proclamou-o Patrono da Europa, em 24 de Outubro de 1964.

São Venâncio Fortunato

(530-600) – nasceu em Vêneto na Itália, foi para Poitiers (França). Autor de célebres hinos dedicados à Paixão de Cristo e à Virgem Maria, até hoje usados na Igreja.

São Gregório Magno

(540-604), Papa e doutor da Igreja - Nasceu em Roma, de família nobre. Ainda muito jovem foi primeiro ministro do governo de Roma. Grande admirador de S. Bento, resolveu transformar suas muitas posses em mosteiros. O papa Pelágio o enviou como núncio apostólico em Constantinopla até o ano 585. Foi feito papa em 590. Foi um dos maiores papas que a Igreja já teve. Bossuet considerava-o “modelo perfeito de como se governa a Igreja”. Promoveu na liturgia o canto “gregoriano”. Profunda influência exerceram os seus escritos: Vida de São Bento e Regra Pastoral, usado ainda hoje.

São Máximo, o Confessor

(580 - 662) nasceu em Constantinopla, foi secretário do imperador Heráclio, depois foi para o mosteiro de Crisópolis. Lutou contra o monofisismo e monotelismo, sendo preso, exilado e martirizado por isso. Obteve a condenação do monotelismo no Concílio de Latrão, em 649.

Santo Ildefonso de Sevilha

(†636) – doutor da Igreja. Considerado o último Padre do ocidente. Bispo de Sevilha, Espanha desde 601. Em 636 dirigiu o IV Sínodo de Toledo. Exerceu notável influência na Idade Média com os seus escritos exegéticos, dogmáticos, ascéticos e litúrgicos.

São Germano de Constantinopla

(610-733) - Bispo - Patriarca de Constantinopla (715-30), nasceu em Constantinopla ao final do reinado do imperador Heracleo (610-41); morreu em 733 ou 740. Filho de Justiniano, um patriciano, Germano dedicou seus serviços à Igreja e começou como clérigo na catedral de Metrópolis. Logo depois da morte de seu pai que havia ocupado vários altos cargos de oficial, pelas mãos do sobrinho de Herácleo, Germano se consagrou bispo de Chipre, o ano exacto, porém, de sua elevação é desconhecido.

São João Damasceno

(675-749) - Bispo e Doutor da Igreja - É considerado o último dos representantes dos Padres gregos. É grande a sua obra literária: poesia, liturgia, filosofia e apologética. Filho de um alto funcionário do califa de Damasco, foi companheiro do príncipe Yazid que, mais tarde o promoveu ao mesmo encargo do pai, ministro das finanças. A um determinado tempo deixou a corte do califa e retirou-se para o mosteiro de São Sabas, perto de Jerusalém. Tornou-se o pregador titular da basílica do Santo Sepulcro. Enfrentou com muita coragem a heresia dos iconoclastas que condenavam o culto das imagens. Ficaram famosos os seus Três Discursos a Favor das Imagens Sagradas.

 

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El estudio de los padres de la Iglesia puede hacerse desde varios puntos de vista. Suelen distinguirse tres ciencias conectadas entre sí: la patrología, que mira los aspectos históricos y biográficos; la patrística, que considera la doctrina teológica de los padres; y la literatura cristiana antigua, que estudia los escritos de los padres como documentos literarios.

Algunos padres de la Iglesia son:
Clemente Romano e Ignacio de Antioquía, clasificados entre los padres apostólicos, que vivieron entre el siglo I y II de nuestra era.
Justino, del s. II, clasificado entre los apologistas cristianos.
Ireneo de Lyon e Hipólito de Roma, entre el s. II y III.
Clemente de Alejandría y Orígenes, de los siglos II y III, grandes exponentes de la escuela alejandrina.
Tertuliano y Cipriano de Cartágo, autores latinos del los siglos II y III.
Atanasio gran luchador de la fe, del siglo IV.
Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno, los padres Capadocios, del s. IV.
Hilario, Ambrosio, Jerónimo y Agustín, los padres latinos del s. IV y principios del V.
Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría, padres griegos de finales del s. IV y del s. V.

En los párrafos siguientes apuntamos dos o tres aspectos de la teología de los padres, que se encuentra no en tratados que ellos elaboraran para especialistas, sino en homilías y escritos dirigidos generalmente a los fieles cristianos encomendados a su cuidado pastoral. Esta dimensión de su que hacer teológico indica ya uno de los rasgos que lo hacen sumamente atractivo: su vinculación esencial a la vida cristiana de sus auditorios. Se trata, pues, no de vanos razonamientos sobre cuestiones inútiles, sino de una teología sobre lo medular cristiano.
Lo que presento en estos puntos es simplemente un esbozo que tiene por objetivo despertar el interés en ellos. Una buena introducción se encuentra en el libro de Luigi Padovese, Introduzione alla Teologia Patristica.

El Misterio Trinitario

Hablar del misterio de la Santísima Trinidad es situarnos en el núcleo mismo de la novedad cristiana. El seguimiento de Cristo y su reconocimiento como "Señor" condujo necesariamente a plantear el tema de su relación peculiar con el Padre. Según los evangelios la causa de la decisión de matar a Jesús por parte de sus oponentes fue que se igualaba a Dios. Jesús se caracterizó, además, por la plena posesión del Espíritu, el cual comunicó a sus seguidores y les permitió el cumplimiento de su misión. La fórmula bautismal "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", no deja lugar a dudas sobre la importancia capital que los cristianos, desde un principio, reconocían a este misterio.
En realidad no era una propuesta fácil de asimilar ni para los rígidos esquemas monoteístas judíos, ni para la filosofía griega predominante en esos tiempos. Pero para los cristianos era un asunto vital, dado que la vida cristiana se definía, más práctica que teóricamente, en referencia al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Los primeros padres no contaban ni con el término "Trinidad", ni con el de "persona" y, así, expresaron su fe con una terminología a veces vacilante. Tal es el caso de los padres apostólicos, como san Ignacio de Antioquía, y aún el de los apologistas, como san Justino. San Ireneo nos habla del Logos como un ser engendrado y coexistente siempre con Dios. Para san Ireneo Dios siempre tiene su Logos y su Espíritu, a quienes se atreve a llamar sus "manos", en relación a la creación.
Hacia los siglos II y III se difundió, sin embargo, la herejía monarquiana, que negaba una existencia propia a las personas divinas. La base de esta postura se encontraba en querer sostener un monoteísmo radical, incapaz de aceptar que en el seno de la divinidad podía hablarse de una pluralidad. Esta herejía presentó dos variantes, una denominada adopcionismo y otra denominada modalismo. El adopcionismo tuvo su máximo exponente en Pablo de Samosata, que daba el nombre de Padre a Dios, el de Hijo al hombre Jesús y el de Espíritu Santo a la gracia dada a los apóstoles. Pablo de Samosata fue condenado en un sínodo en Antioquía en el 268.
Por su parte el modalismo afirmaba que el único Dios se manifestaba en modos diversos, de manera que Cristo es el mismo que el Padre. Principal exponente de este pensamiento fue Noeto, condenado por los presbíteros de su ciudad. Más tarde el modalismo fue conocido como sabelianismo, a causa de Sabelio, que difundió estas enseñanzas en Libia. Fue condenado por el papa Calixto en el 220.
Tertuliano fue conciente de la dificultad que para algunos representaba aceptar la "economía" de Dios, y hacía ver que un monoteísmo estrecho que negara las personas, se apartaba de la regla de fe tanto como el politeísmo. Grande ha sido la contribución de este autor a la teología trinitaria posterior, pues fue el primero en utilizar la palabra "Trinidad" a las tres divinas personas. Sin embargo introducía, como muchos prenicenos, una cierta subordinación entre dichas personas divinas.
Orígenes por su parte, pone en el vértice de su explicación a Dios Padre, no engendrado, quien, para derramar su bondad perfecta, crea, a través del Verbo, un mundo de seres espirituales. El Verbo es engendrado por el Padre y es coeterno con Él. El Espíritu Santo viene a través del Verbo, y solamente ambos, Verbo y Espíritu, conocen al Padre, pues ambos participan de las prerrogativas divinas por las que se reconoce precisamente su divinidad. No obstante cierto subordinacionismo, Orígenes mantuvo la fe que reconoce la infinita distancia entre las creaturas y la Trinidad.
El Concilio de Nicea, en el año 325, quiso dar respuesta a la problemática que causó el presbítero Arrio, quien sostenía que el Hijo no era coeterno con el Padre, pues había sido engendrado y, por lo tanto había sido creado. Arrio aceptaba que Cristo se llamara "Hijo de Dios", pero solamente por adopción o por gracia, pero no por naturaleza. El Concilio hizo ver en cambio, condenando a Arrio, que el Hijo es "engendrado, no creado, consustancial con el Padre".
Más tarde, en el año 381, se llevó a cabo otro concilio, ahora en Constantinopla, donde se hizo explícita la profesión de fe en la divinidad del Espíritu Santo, en contra de lo que propagaban los llamados "pneumatómacos" o "macedonianos", quienes, en continuidad con los principios arrianos, negaban el carácter divino de esta persona.
Mario Victorino (280-362) fue un filósofo neoplatónico, convertido al cristianismo en edad adulta. Con las herramientas de su filosofía y apoyándose sobre todo en san Juan, elaboró una teología trinitaria que afirma que el Padre y el Hijo son "idem", no "ipse", notando que la unidad no excluye la alteridad. Puesta la relación Padre-Hijo, analiza también la relación Hijo-Espíritu Santo.
San Hilario de Poitiers, contemporáneo de Mario Victorino, propuso también su propia síntesis, teniendo en cuenta los errores sabelianos y arrianos. Él afirmaba la unidad de la naturaleza divina así como la distinción personal del Padre y del Hijo. Lo que los hace diferentes es la relación de origen, pues el Padre ha engendrado al Hijo sin disminución de su ser, y el Hijo recibe en sí todo del Padre, siendo totalmente igual a Él.
San Agustín pone en primer plano la unidad de la Trinidad, que trasciende cualquier representación humana, y hace notar que cualquier intento por explicarla implica algo de simbólico. Subraya que la sustancia divina no es una especie de cuarta persona, sino que cada una de las personas es idéntica a las otras tres desde el punto de vista de la sustancia y que lo que pertenece a la naturaleza divina se expresa en singular. San Agustín precisa que cada una de las personas posee la naturaleza divina en una forma particular y por eso es correcto atribuírle a cada una de ellas en su acción "ad extra" el papel que le es propio según su origen. El Padre es Padre porque engendra, el Hijo porque es engendrado, y el Espíritu Santo porque es donado, y aunque no es lo mismo ser Padre que Hijo, la sustancia es la misma, pues estos nombres pertenecen al orden de la relación, no al de la sustancia.
Lo más original de san Agustín en su teología trinitaria es la explicación "psicológica" de la Trinidad, que consiste en afirmar que en el alma humana lose halla una "trinidad", porque el alma es, conoce y quiere. Análogamente el Padre, en la eternidad, se conoce a sí mismo y la imagen de sí mismo que concibe es el Hijo, ama su imagen, que por ser persona lo ama también a su vez, y por ser este amor también persona, es el Espíritu Santo. Evidentemente la explicación psicológica es solamente analógica y tiene sus límites, que el mismo san Agustín reconoció, pero también posee sus fundamentos escriturísticos.

Cristología

Los primeros cristianos se distinguieron esencialmente por su fe en Jesús muerto y resucitado, reconocido como Hijo de Dios y como Señor. De ahi que el impulso misionero de la Iglesia sólo se comprenda a la luz de esta convicción de fe.
Sin embargo desde muy temprano surgieron propuestas distintas, que mermaban la verdad cristiana por suprimir algún aspecto del misterio de la persona de Jesús. Algunos aceptaban su condición humana pero no reconocían la divina, otros aceptaban su divinidad pero desfiguraban su humanidad. Ante ellos los padres de la Iglesia propusieron su doctrina y procuraron dar razón de su fe para salvaguardar la transmisión íntegra del misterio anunciado por los apóstoles.

Primeras Herejías

El ebionismo fue una corriente judeo cristiana algunos de cuyos seguidores negaban la divinidad de Jesucristo, pues sólo lo reconocían como hombre; el marcionismo no aceptaba al Dios del Antiguo Testamento, sino sólo al del nuevo presentado por Jesucristo; el docetismo gnóstico no admitía que Jesús hubiese realmente poseído un cuerpo humano, porque pensaban que la materia era mala e imposible de redimir, por eso el cuerpo de Jesús era aparente, según ellos.
San Ignacio de Antioquía insistió fuertemente en el carácter realísimo de la humanidad de Jesús, quien verdaderamente nació, comió, bebió, padeció, murió y resucitó. Al mismo tiempo reconoció San Ignacio la divinidad de Jesucristo, que ve expresada de modo supremo y definitivo en la resurrección. Como San Ignacio, el obispo Melitón de Sardes centra su teología en la unidad de Cristo, Dios y hombre.
Los apologistas, como San Justino, Atenágoras, Teófilo y otros, toman el esquema medioplatónico Dios-universo-hombre y explican que entre Dios y el universo es necesario un mediador, que es el Logos, Cristo Nuestro Señor, distinto del Padre.
San Ireneo de Lyon debate contra el gnosticismo y el marcionismo y presenta la obra de Cristo en el marco de una historia de la salvación. De especial importancia es para San Ireneo la recapitulación, a través de la cual Cristo asume toda la humanidad y toda la historia. En el fondo de su teología se encuentra la convicción de la doble composición de Cristo, Dios y hombre.

Adopcionismo y Modalismo

En el siglo segundo, el adopcionismo fue una herejía que sostenía que Jesucristo era un ángel adoptado por Dios como Cristo, o un hombre que por sus méritos fue adoptado por Dios. Sus principales exponentes fueron Teodoto de Bizancio y Teodoto el Curtidor.
Otra herejía fue el modalismo, que afirmaba que el único Dios se manifestaba de diferentes modos, a saber, como Padre, Hijo o Espíritu Santo. Representan este pensamiento Noeto y Práxeas.

Tertuliano y Orígenes

Tertuliano sostuvo claramente la unidad personal de Cristo y al mismo tiempo distinguió las propiedades de las dos sustancias, divina y humana, de nuestro salvador. Contribuyó en occidente a subrayar la existencia en Cristo de dos naturalezas, cosa que contaría después para reaccionar contra los excesos del monofisismo.
Orígenes, por su parte, propuso una cristologia en la que destacaba el papel del alma humana de Jesucristo como punto de unión de la humanidad con el Verbo. A través del alma el Verbo también se une con el cuerpo, y ambos, alma y cuerpo, son divinizados por la unión a dicho Verbo.

Arrianismo y Apolinarismo

La expresión del misterio de Cristo exigió desde el siglo cuarto una precisión mayor y una madurez teológica capaz de afrontar nuevos problemas y planteamientos. Los debates se extendieron y los padres buscaron la solución contra las nuevas herejías que amenazaban el depósito de la fe.
Arrio, un presbítero de la iglesia de Alejandría, afirmó que solamente el Padre es inengendrado y sin principio y, por lo tanto, el Hijo es un ser creado, inferior al Padre. Arrio negaba además que Cristo tuviera alma como todos los hombres, pues la sustituía el Verbo.
Apolinar de Laodicea coincidía con Arrio en negar el alma humana de Cristo, aunque aceptaba que el Verbo era consustancial al Padre, es decir, igual a Él. Para Apolinar el cuerpo de Cristo era como el instrumento del Verbo, de forma que ambos unidos formaban una sola naturaleza que no era ni enteramente Dios ni enteramente hombre.
Respuestas
Frente al desafío arriano, el Concilio de Nicea sostuvo firmemente la igualdad del Padre y del Hijo, recurriendo al témino "homoousios", es decir consustancial. El Hijo es consustancial con el Padre. Este término tuvo sus dificultades por no ser un término bíblico, pero expresaba la fe recibida y aún ahora el credo emeando de aquel concilio continúa usándose en la Iglesia para profesar la fe.
San Atanasio estuvo presente en el Concilio de Nicea y los años siguientes se destacó como firme defensor del término "homoousios". La cristología de este padre de la Iglesia sigue un esquema que trata de dar razón de Jesucristo como Verbo y como carne, es decir como hombre, pero hace ver que el Verbo no se convierte en hombre dejando de ser Dios, sino que asume un hombre. El Verbo, al entrar en contacto con el hombre, produce la divinización de éste.
Los teólogos antioquenos, como Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia argumentaron por su parte no solamente contra el arrianismo, sino contra el apolinarismo, afirmando la plena divinidad y la plena humanidad de Cristo. Los elementods humano y divino permanecen inconfundibles para ellos. Teodoro de Mopsuestia se expresaba diciendo que aunque hay dos naturalezas distintas, sin embargo Cristo es una sola persona ("prosopon", decía él en griego).

Nestorio y Eutiques

Nestorio, que fue patriarca de Constantinopla, llegó a afirmar, escandalizando con ello al pueblo, que la virgen María no rea madre de Dios, sino solamente madre de un hombre. El problema de Nestorio era que no admitía la unidad de Cristo. San Cirilo combatió la postura de Nestorio apoyándose en una carta del papa Celestino. Poco despues se llevó a cabo el concilio de Éfeso, en 431, donde se subrayó la unidad de Cristo, de modo que se podía decir que María era Madre de Dios, y se condenó y depuso a Nestorio.
Eutiques, al contrario de Nestorio, enseñaba que después de la unión del Verbo con la humanidad ya no subsistían dos naturalezas, sino que la humana era de alguna forma absorbida por la divina. Esta postura se llamó monofisismo y fue rechazada en el concilio de Calcedonia, de 451, prevaleciendo las enseñanzas que el papa San León Magno había transmitido al obispo Flaviano en un escrito sobre el tema, donde se sostenía que las dos naturalezas de Cristo salvaguardadas sus propiedades, se unen en una única persona.

Mariología de los Padres

El centro del anuncio cristiano del primer siglo fue que Cristo, el Hijo de Dios, que murió en la cruz y resucitó, ha sido elevado al rango de Señor.
A este credo esencial aparecerá unida, desde muy temprano, la mención del nacimiento de Cristo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, como lo atestigua la Traditio Apostólica, (del 215 D.C. aprox.)
Son dos los puntos que indicarán la relación de María con Jesús: su verdadera maternidad y su virginidad. Conviene indicar que la maternidad apuntaba a la realidad de la humanidad de Jesús, que negaban los gnósticos, mientras la virginidad apuntaba hacia la divinidad, negada a su vez por ebionitas, adopcionistas y otros.
Tenemos así a san Ignacio de Antioquía, quien subraya el realismo del nacimiento de Cristo, y a san Justino, quien para contrarrestar las tendencias docetas de aquellos tiempos, insiste en la maternidad.
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva, apoyándose sobre la propuesta paulina de Cristo como nuevo Adán. Para él, la obediencia de María, en contraste con la desobediencia de Eva, fue causa de salvación para todo el género humano. Ya se esboza aquí una teología de la maternidad universal de María.

Del Siglo III al V

Son cuatro los puntos sobre los que gira la reflexión mariológica:
A - El reconocimiento de María como Madre de Dios,
B - La virginidad en el parto,
C - La virginidad después del parto
D - La Santidad.
Por lo que respecta al primer punto, ya se había extendido en la Iglesia el uso del término Theotokos, (Madre de Dios) y se usaba pacíficamente por todos. La controversia la desató Nestorio, quien no aceptó el término y provocó un escándolo que motivó se llevara a cabo el Concilio de Éfeso, donde se proclamó solemnemente que María es Madre de Dios. En el fondo, el problema de Nestorio era Cristológico, pues no integraba en su teología la unidad de Cristo, Dios y hombre verdadero.
La virginidad de María había sido reconocida expresamente por autores como san Ireneo y Orígenes. Fue necesario sin embargo desvincularla de falsos principios, para que no fuera pretexto para favorecer doctrinas gnósticas y maniqueas que despreciaban el cuerpo. Para los padres la virginidad antes del parto, en el parto y después del parto, está ligada al nacimiento del Dios hecho hombre, que no reniega de la carne, sino que le comunica sus dones escatológicos, es decir, las cualidades gloriosas de los cuerpos resucitados.
Por otra parte, para los padres la santidad de María no es algo mágico. Por el contrario, ella dió a Dios una respuesta libre y responsable. Por eso dice san Juan Crisósotomo que a María no le hubiera servido de nada dar a luz a Cristo si no hubiera estado interiormente llena de virtud (Cfr.Com. al Ev. de Sn. Juan, XXI, 3). Muchos padres, como Orígenes, san Basilio, san Juan Criósotomo, muestran también como María siguió un camino de progreso en la virtud.

Lista de los Padres de la Iglesia

 

Padres Gregos

Padres Latinos

San Atanasio sinaíta (700)

San Ambrosio de Milán (397)

San Andrés de Creta (740)

Arnobio (330)

Afraates (siglo IV)

San Agustín de Hipona (430)

San Arquelao (282)

San Benito de Nursia (550)

San Atanasio (373)

San Cesáreo de Arlés (542)

Atenágoras (siglo II)

San Juan Casiano (435)

San Basilio Magno (379)

San Celestino I (432)

San Cesáreo de Nacianzo (369)

San Cornelio (253)

San Clemente de Alejandría (215)

San Cipriano de Cartago (258)

San Clemente Romano (97)

San Dámaso (384)

San Cirilo de Alejandría (444)

San Dionisio (268)

San Cirilo de Jerusalén (386)

San Enodio (521)

Dídimo el Ciego (398)

San Eucherio de Lyon (450)

Diodoro de Tarso (392)

San Fulgencio (533)

San Dionisio el Grande (264)

San Gregorio de Elvira (392)

San Epifanio (403)

San Gregorio Magno (604)

Eusebio de Cesarea (340)

San Hilario de Poitiers (367)

San Eustacio de Antioquía (siglo IV)

San Inocente (417)

San Firmiliano (268)

San Ireneo de Lyon (202)

Genadio I de Constantinopla (siglo V)

San Isidoro de Sevilla (636) (Último de los padres latinos)

San Germano (732)

San Jerónimo (420)

San Gregorio de Nacianzo (390)

Lactancio (323)

San Gregorio de Nisa (395)

San León Magno (461)

San Gregorio Taumaturgo (268)

Mario Mercator (451)

Hermas (siglo II)

Mario Victorino (siglo IV)

San Hipólito (236)

Minucio Félix (siglo II)

San Ignacio de Antioquía (107)

Novaciano (257)

San Isidoro de Pelusio (450)

San Optato (siglo IV)

San Juan Crisóstomo (407)

San Paciano (390)

San Juan Climaco (649)

San Pánfilo (309)

San Juan Damasceno (749). (Último de los padres de Oriente)

San Paulino de Nola (431)

San Julio I (352)

San Pedro Crisólogo (450)

San Justino (165)

San Febadio (siglo IV)

San Leoncio de Bizancio (siglo VI)

Rufino de Aquileya (410)

San Macario (390)

Salviano (siglo V)

San Máximo el Confesor (662)

San Siricio (399)

San Melitón (180)

Tertuliano (222)

San Metodio de Olimpo (311)

San Vicente de Lerins (450)

San Nilo el Viejo (430)

 

Orígenes (254)

 

San Policarpo (155)

 

San Proclo (446)

 

Pseudo Dionisio Areopagita (siglo VI)

 

San Serapión (370)

 

San Sofronio (638)

 

Taciano (siglo II)

 

Teodoro de Mopsuestia (428)

 

Teodoreto de Ciro (458)

 

San Teófilo de Antioquía (siglo II)

 

 

Arcebispo Primaz Katholikos

S.B. Dom ++ Paulo Jorge de Laureano – Vieira y Saragoça
(Mar Alexander I da Hispânea)



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Última actualização deste Link em 19 de Janeiro de 2012